10 de setiembre de 2007

Feminidad

“Te doy gracias mujer por el hecho mismo de ser mujer. Con la “intuición” propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.
Karol Wojtyla

Cada persona nace hombre o mujer, con ritmos diferentes de maduración personal y de aprendizaje, tienen distinta sensibilidad, reaccionan ante los estímulos de forma diferente, suelen actuar de modo diverso y, con frecuencia, complementario. Varón y mujer tienen modos diversos de vivir su idéntica dignidad personal, por ello es importante cultivar las cualidades propias de su modo de ser, la masculinidad y la feminidad, rasgos constitutivos de la persona.
La diferencia entre hombre y mujer manifiesta que la PLENITUD HUMANA reside en la relación, en el SER PARA EL OTRO, impulsa a salir de sí mismo, a buscar al otro y a alegrarse en su presencia.
Las mujeres de ordinario tenemos una psicología especial, más complicada que la de los hombres. Nos cuesta enfrentarnos con la realidad, tenemos la tendencia a pequeñeces, a tonterías, a sensiblerías, y si alguna vez nos ponemos a sacar defectos, estamos haciéndolo durante muchas horas seguidas. Otra característica es que tendemos a pasarla mal cuando en apariencia no se nos mira, cuando pensamos que no se nos hace caso, sufrimos por tonterías. Las buenas cualidades de la mujer son la fuerza que contrarresta la parte negativa, fuerza para luchar.

La feminidad está compuesta de delicadeza, sensibilidad y reciedumbre. Mujeres recias, fuertes, sin sensiblerías, pensando siempre en el bien de los demás. Fuertes y recias, más que 40 hombres!!!! Pero sin dejar de ser femeninas. “La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad... La feminidad no es auténtica si no advierte la hermosura de esa aportación insustituible, y no la incorpora a la propia vida. Para cumplir esa misión, la mujer ha de desarrollar su propia personalidad, sin dejarse llevar de un ingenuo espíritu de imitación que –en general– la situaría fácilmente en un plano de inferioridad y dejaría incumplidas sus posibilidades más originales. Si se forma bien, con autonomía personal, con autenticidad, realizará eficazmente su labor, la misión a la que se siente llamada, cualquiera que sea: su vida, sus estudios y su trabajo serán realmente constructivos y fecundos, llenos de sentido” ( San Josemaría ) .

Delicadeza

La delicadeza o finura de espíritu se logra con la caridad que es también cariño y cuando ese cariño está lleno de finura, cuando es sensible a los detalles, a las mil pequeñas exigencias de la vida diaria. Sin cariño la delicadeza no existe, porque es precisamente el amor quien inventa las mil maneras de hacer la vida agradable a los demás. Delicadeza es mesura y templanza, es equilibrio, es cortesía espontánea y natural, sin excepciones ni omisiones, es pudor o modestia sin mojigatería, en una palabra, la delicadeza en el trato mutuo supone atención y miramiento, que es finura a personas y cosas en la obras y en las palabras.

Una cualidad innata

Las mujeres tenemos una cualidad innata, la que afirma una forma de ser; la que habla sobre nuestra interioridad y anuncia cuanto nos importa, esto ó aquello: somos detallistas y nos fijamos en los detalles. Cuando miramos, no lo hacemos como el hombre, que mira, pero no “procesa” todo lo que nosotras como mujeres recordamos fácilmente. Por ejemplo: observamos la armonía y combinación en el vestir; la belleza de un peinado; el buen gusto en el maquillaje o su uso en exceso; es muy difícil que pasemos por alto el acento que complementa todo el conjunto, los accesorios. Por todo lo anterior: así como miramos a otros, a nosotras también nos miran y nos juzgan . La forma como nos presentamos a los demás, el esmero que ponemos en el arreglo personal le dice a los demás: “está soy yo”.

El vestido y yo

No hay duda, que la creatividad de una mujer se despliega a la hora de prolongar su belleza. La moda, es un invento femenino, y las grandes industrias existen gracias a la feminidad de la mujer. Pero debemos aprender que el vestido es un aliado y complemento para saber llevar nuestra belleza. Y que arreglo personal no significa “moda”, sino más bien “decoro y señorío”. Cuando el hombre se viste, cubre su cuerpo; cuando la mujer lo hace, descubre su alma. Sobre todo, hoy que todo es tan moderno, debemos prestar especial atención a la hora de elegir lo que realmente va a acentuar y hacer resplandecer nuestra belleza.

La mujer elegante

La mujer elegante sobre todo es pudorosa. El pudor es la tendencia natural a la reserva de lo íntimo. Allí donde hay intimidad brota el pudor. La intimidad, de por sí se recata, se reserva, se oculta en su propio misterio, consciente del alto valor que posee. Porque estoy convencida como mujer de esto, es que sí me importa el largo que tenga mi falda, la forma en que desnudo o cubro mis hombros y el detalle al usar ropa que no ajuste de manera excesiva las formas de mi cuerpo. Por esto es, que a la hora de ir en la búsqueda de un estilo personal, que sólo puede manifestarse con el tiempo, es importante que nos preguntemos: ¿en qué creo?, ¿qué relación hay entre lo que yo creo y me pongo?, ¿existe coherencia entre lo que digo y proyecto a la hora de vestirme? Si por primera vez se presentará inesperadamente ante mí un personaje al que admiro, ¿me sentiría orgullosa de la impresión que le dí?El magnetismo que surge del buen gusto de una mujer que sabe elegir las prendas de su closet es impresionante. Lo es, porque el vestido, simplemente es como una segunda piel que prolonga la belleza de su alma y la solidez de sus valores y creencias.
La buena educación

La buena educación lleva a vencer la timidez y el miedo a hablar o a expresar las propias ideas; a saludar a cada persona de acuerdo con su edad y situación; a saber agradecer “siempre”; a ceder el paso: a modular el tono de voz; a cerrar las puertas con cuidado; a llegar puntuales; a tener tacto en las conversaciones; en las palabras, en el modo de dirigirse a los demás; a no interrumpir al que habla, en saber comer y saber sentarse, en dos palabras “saber estar”. En todos los casos, la buena educación, consiste en poner intereses de los demás por delante del interés propio; porque, eso revierte en el propio interés, es decir, sin buscarlo directamente me hace mejor como persona, me perfecciona.
Lo que procura la persona educada es dar realce a la persona del otro antes que a la propia.